Imagen: Rogelio Naranjo, Franz Kafka
Les doy la bienvenida a este blog que comenzó en 2007. A fuerza de solera quizá ya se repitan ideas alguna vez tocadas. El tema esta primera entrada es también muy antiguo...
Una nueva legislación facilitará la adopción de la nacionalidad española a los judíos sefadíes. Sobre su condición de judío decía Kafka:
Ambos conocemos a cantidad de ejemplares típicos de judíos
occidentales; de todos ellos yo soy, que yo sepa, el más típico; es
decir, exagerando, que no tengo un segundo de paz, que nada se me da,
que tengo que comprarlo todo, no sólo el presente y el futuro, también
el pasado, esta cosa que se recibe gratuitamente en reparto. Yo también
debo comprar eso, quizá sea la tarea más dura. Si la Tierra gira a la
derecha -no sé si es así-, yo debo girar a la izquierda para atrapar mi
pasado..
Todo ocurre más o menos para mí como para
alguien que, cada vez que sale, no sólo debe lavarse, peinarse, etc.
--cosa ya de por sí bastante fatigosa-- sino que también, careciendo de
todo en cada ocasión, debe coserse el traje, fabricarse unos zapatos,
confeccionarse un sobrero, etc. Naturalmente no todo le saldría bien,
las cosas se limitarían a aguantar una o dos calles... Finalmente, en la
calle del Hierro, tropezaría con una multitud entregada a la caza de
judíos. F. Kafka, Carta a Milena
O también...
BOHEMIOS, s. m. pl. (Hist. mod.) es el nombre que se da a
los vagabundos que se dedican profesionalmente a decir la buenaventura y
leer las palmas de las manos. Tienen talento para el cante, la danza y
el robo. Pasquier ha remontado sus orígenes hasta 1427. Habla de doce
penitentes, que se convirtieron a la fe cristiana en el bajo Egipto, y
que, expulsados de allí por los sarracenos, viajaron a Roma y se
confesaron al Papa, quien les impuso como penitencia errar por el mundo
durante siete años, sin dormir dos días en la misma cama. Entre ellos
había un conde, un duque y diez caballeros, a los que acompañaron ciento
veinte personas. Llegados a París, se alojaron en la Chapelle, adonde
fue a verlos mucha gente. Lucían ajorcas de plata en las orejas y tenían
los cabellos negros y rizados. Sus mujeres eran feas, ladronas y
adivinaban el porvernir. El obispo de París ordenó que se evitara su
trato y se excomulgara a quienes acudieran a consultarlos. Desde aquella
época, el reino está infestado de vagabundos de la misma calaña.
Encyclopédie (1751)