jueves, 2 de octubre de 2008

CIENCIA E INMORTALIDAD

Tal comenté en clase, el físico y divulgador científico Jorge Wagensberg (actualmente al frente del Área de Ciencia y Medio Ambiente de la Fundación La Caixa) reflexiona sobre la naturaleza intrínsecamente comprensible de la realidad que, nos dice, la ciencia nos revela. Esta tesis ya merece por sí misma discusión, concretamente si es Einstein (al que cita) o el propio Wagensberg quien tienen razón. Pero la propuesta de Wagensberg sobre este tema se dirige a introducir otra cuestión, meollo de su artículo, que es la explicación científica de la muerte. Concretamente, de por qué la naturaleza 'ha preferido' que sea la especie y no el individuo el que perdure en el tiempo. El desarrollo de la llamada 'realidad virtual' y de las neurociencias vuelven a plantear, ahora con un lenguaje científico, el eterno sueño de la inmortalidad (véase por ejemplo, F. Mora, "El sueño de la inmortalidad. Envejecimiento cerebral, dogmas y esperanzas". Alianza, 2008. O también S. Macip, "Inmortales y perfectos: cómo la biomedicina cambiará radicalmente nuestras vidas". Destino, 2008). También sería recomendable la lectura del inquietante relato de J. L. Borges, "El inmortal" incluido en su obra "El Aleph". Asimismo el discurso de la maga Diótima en el "Banquete" platónico puede también inspirar la discusión. Bueno, en el enlace pueden leer el artículo en cuestión:
http://www.elpais.com/articulo/opinion/eternidad/tiene/futuro/elpepiopi/20080928elpepiopi_11/Tes

9 comentarios:

Nisunin dijo...

Ciencia e Inmortalidad

Este artículo escrito por Jorge Wagensberg presenta dos partes claramente diferenciadas: en la primera se defiende la inteligibilidad de la realidad; en la segunda, el autor se concentra en el problema de la eternidad y el envejecimiento. Dentro de este último apartado del texto, Wagensberg establece una clara dicotomía entre la selección natural y la cultural. Desde su aparición en la Tierra, el ser humano se ha afanado en la tarea de sobrevivir; hasta tal punto, en la actualidad se han desarrollado tal cantidad de avances en Medicina, Química, Farmacología, etc., gracias a los cuales nuestra calidad y esperanza de vida ha aumentado en gran manera. De este modo, el ser humano ha sido el único animal que ha interpuesto sus necesidades y deseos a los designios de la Naturaleza. No obstante, este deseo por vivir en ocasiones origina dilemas éticos, tales como: ¿es lícito conservar la vida a personas en estado vegetativo? ¿Conviene alargar la vida a los ancianos, aún cuando su existencia conlleve sufrimiento y penalidades propios de la edad? La respuesta en ambas cuestiones sería negativa. La eutanasia o “muerte feliz” es un bien que debería ser constitucional: el ser humano posee el derecho de escoger su modo de vida y que ésta sea respetada; por consiguiente, su muerte también tendría que serlo.

Esta permanente lucha contra nuestra naturaleza nos ha enseñado una valiosa lección: somos mortales y ninguna acción para remediarlo tendrá éxito. La Naturaleza es la vencedora, pero, del mismo modo, es sabia. La razón de ello radicaría en el hecho de que si el hombre no muriese, el planeta se hubiese agotado hace muchos siglos. Somos unos animales consumidores y destructores de los bienes que nos rodean. El único modo que existe para equilibrar la balanza entre creación y destrucción es nuestra muerte, puesto que continuamos el ciclo de la vida: nuestros cuerpos son los nutrientes de otros seres vivos, quienes nos alimentan cuando estamos vivos.

Aunque la eternidad física se encuentre lejos de nuestras posibilidades, existe en cierta medida una forma de alcanzarla: la reproducción sexual. Nuestras cualidades genéticas se transmiten a los hijos, por lo que parte de nuestra esencia reside en ellos; este proceso continuará hasta el fin de los tiempos. En resumen, no podemos alcanzar la eternidad por nosotros mismos, sin embargo, poseemos la capacidad de elevar nuestra especie hacia la inmortalidad. Platón, en el Banquete, defiende que esta forma de obtener la eternidad mediante la reproducción sexual es menos exitosa que la conseguida a través de la “concepción las almas”, es decir, mediante la influencia de nuestro pensamiento cuando filosofamos o nos convertimos en grandiosos poetas, como Homero o Hesíodo. La figura de Platón o la de Jesús son algunos de los mejores ejemplos que podemos encontrar: la filosofía platónica constituye la base sobre la que se ha sustentado la cultura occidental –desde el s. V-IV a.C hasta la actualidad- y las ideas de Jesús revolucionaron el mundo antiguo, de tal forma que se consolidó una de las principales religiones de hoy en día.

En última instancia, la inmortalidad no es el único deseo inherente al ser humano, sino que también pretende poseer un cuerpo joven y bello. Al igual que la eternidad, esta aspiración es irrealizable. Sin embargo, en la sociedad se ha producido un consumo desmesurado por cosméticos: ya sean cremas anti-edad, anti-arrugas; del mismo modo, ha aumentado el uso de la cirugía estética para conseguir aparentar menos edad de la que se tiene en realidad. A pesar de sus esfuerzos, el hombre y la mujer de ahora siguen envejeciendo. Así, la sociedad debe de modificar su perspectiva y tratar de orientar sus acciones de tal manera que acepte su proceso de senectud con orgullo. La vejez es un periodo de la vida del ser humano importante, pues los ancianos son más sabios que los jóvenes; se trata de un tipo de sabiduría proporcionada por la experiencia que se adquiere por el devenir de los años. En consecuencia, convendría que los ancianos recuperasen el lugar que les pertenece en la sociedad: consejeros de las generaciones más jóvenes; no son una especie de mueble viejo que estorba en nuestros hogares y que es relegado a instituciones geriátricas, sino personas de un gran valor.

Anónimo dijo...

Silvia

CIENCIA E INMORTALIDAD

(El año pasado realicé un trabajo para la asignatura de Filosofía Contemporánea sobre la fuerza que tiene la religión en aquellos que se consideran a sí mismos como creyentes, pese a no ser por ello practicantes. Sé que, a primera vista, parece que no tenga nada que ver con el texto de Jorge Wagensberg; sin embargo, las ideas que en él expone en torno al envejecimiento y la inmortalidad, me han hecho recordar parte de las conclusiones que extraje en la elaboración de aquel ensayo y que he intentado plasmar en el siguiente comentario).

Hoy en día nos mostramos totalmente horrorizados ante la llegada de la muerte. De hecho, cuando se muere algún familiar o pariente cercano, vemos la presencia de su cadáver como algo embarazoso y repelente. De ahí se explica que ideemos todo tipo de estrategias para desembarazarnos de su extraña presencia. Así, últimamente se ha puesto de moda la incineración, la cual permite eliminar cualquier resto del cuerpo, y por tanto, cualquier vestigio referente a la muerte.

Si sabemos que vamos a morir, ¿por qué nos asusta tanto pensar en la muerte? A Giacomo Leopardo (uno de los autores que consulté para dicho trabajo antes señalado), le resulta incomprensible mostrar pánico hacia la muerte, cuando lo que deberíamos temer no es a ésta, sino al paso previo de ésta, que no es otro que el envejecimiento. Éste trae consigo un sin fin de enfermedades, dolores y sufrimientos, que a la larga hacen que veamos la muerte más sencilla, rápida, pero sobre todo, indolora (aunque no sea así en todos los casos).

Hemos visto en el texto que Wagensberg se afana por buscar cuáles son las claves del envejecimiento, tales cómo en qué consiste, a qué se debe, pero sobre todo, si hay algún modo de evitarlo. Ahora bien, lo que deberíamos preguntarnos es ¿qué es lo que nos preocupa realmente la vejez o la muerte? Podríamos contestar que ambos conceptos, dado que la una es consecuencia de la otra. Pero, en mi opinión, aquello por lo que mostramos una mayor preocupación, es en torno a nuestra mortalidad. Es cierto que nos asusta ver los primeros indicios de vejez, tales como la aparición de las primeras canas, arrugas o varices, pero ese temor es fruto precisamente de ese pequeño acercamiento, además de a la senectud, al término de nuestras vidas.

Nos da miedo el pensar que una vez que la muerte nos atrape nos convirtamos en un cuerpo inerte y que ya no haya nada más. Y de hecho, es tal el horror que sentimos hacia la desaparición de nuestra existencia, que buscamos diferentes formas para llenar el vacío que aquélla nos pueda dejar a su paso. Una manera de evitar esta desaparición total a la que todos nos veremos expuestos es, tal y como se indica en el texto, mediante la reproducción. Creemos que la única manera de que nuestros rasgos físicos, nuestros apellidos o, en definitiva, todo aquello que nos caracteriza perdure en el tiempo es a través de la procreación. Sin embargo, no por tener hijos vamos a conseguir engañar a la muerte para que retrase nuestra hora de poner punto final a nuestras vidas, ni mucho menos vamos a lograr la inmortalidad.

Otros en cambio, para evitar la incertidumbre originada por la muerte prefieren recurrir a las religiones. Éstas, basándose en las ideas planteadas por Platón, aceptan la mortalidad irremediable del cuerpo, pero confían plenamente en la supervivencia del alma tras la muerte. Ésta última alcanzará una vida futura que servirá para que la presencia de la persona fallecida en cuestión, no desaparezca y sea recordada. Ahora bien, por mucho que los creyentes nos afanemos por creer esta teoría, es imposible que el alma se separe del cuerpo y se traslade a otro mundo. ¿Qué es el alma? ¿Cuál es ese mundo al que se retira? Ese lugar no se haya en ninguna parte, pero la creencia en su existencia nos consuela y nos hace que aceptemos la muerte sin tanto miedo.

Igualmente, desde el punto de vista científico se están llevando a cabo cada vez más investigaciones en torno a la clonación, ya no sólo con animales, sino también con seres humanos. Pero cabría preguntarnos, ¿es realmente esta técnica una forma de hacer frente a la mortalidad que a todo individuo nos caracteriza? ¿Sería el clon exactamente igual al individuo fallecido o adoptaría otra personalidad, carácter y sentimientos pese a estar compuesto genéticamente por los mismos elementos? En mi opinión, debemos verla como otra manera de auto-engañarnos, al pensar que tras nuestra muerte, será el clon el que nos sustituya en la realidad.

No obstante, el gusto por alcanzar la inmortalidad, ya sea de una de estas formas aquí señaladas o de otras, no ha nacido repentinamente en la sociedad actual, sino que proviene de la mentalidad griega. Los griegos fueron los primeros en buscar la inmortalidad para poder asemejarse así a los dioses. Para ello, o bien llevaban a cabo algún acontecimiento cargado de heroicidad, en el caso de los mejores dotados físicamente, o bien trataban de alcanzar su fama y renombre para la posteridad mediante la publicación y divulgación de obras y escritos, en el caso de los primitivos poetas. Con estas actuaciones, al igual que en los ejemplos anteriores, no trataban de evitar el envejecimiento, sino que intentaban de alguna manera quitar parte de su significado a la mortalidad, aunque, y como es evidente, sin llevar a término su consecución.

Ahora bien, ¿realmente nos interesa la inmortalidad, o sólo nos atrae por ser algo inalcanzable e impropio de los humanos? Dicho de otra manera: ¿Es nuestro principal deseo vivir eternamente? Para mí no, porque si no la vida perdería su verdadero significado tal y como la entendemos hoy, no aprovecharíamos cada momento vivido como si fuera el último, no apreciaríamos el valor de algunos de los acontecimientos por los que hemos pasado, ni disfrutaríamos de nuestra existencia porque ésta sería por y para siempre. El verdadero problema está en que las dudas e interrogantes sin respuesta en torno a la muerte, hace que temamos la mortalidad y por consiguiente deseemos vivir eternamente en lo que ya conocemos.

Independientemente de estos argumentos, en relación al comentario de Inés, me ha llamado especialmente la atención el último párrafo en el cual concluye exaltando valores positivos, pero igualmente olvidados, del envejecimiento. Es cierto, tal y como señalas, que siempre se ha dicho, en términos coloquiales, que “los mayores son los que más saben” porque han experimentado un mayor número de vivencias, y que esta virtud, debería, en cierta medida, de atraernos. El problema está ¿quiénes son esos mayores “sabios” ahora, la población senil conformada por las personas mayores de 60 años o más bien nuestros padres que se mueven en una franja de edad menor?

Las pequeñas virtudes que antes se veían en nuestros abuelos y abuelas han quedado relegadas a nuestros padres. Son ellos los que al atravesar el umbral de los cuarenta comienzan con los primeros síntomas de la edad, como el colesterol o el lumbago; y los que siempre te dan toda una serie de consejos de los que tú, como hijo/a haces caso omiso por tu falta de madurez. Desgraciadamente, la población senil está perdiendo parte de estas escasas facultades que antes pudiésemos ver con admiración y esto es lo que provoca que veamos el envejecimiento con tanto pudor. Claro que hay excepciones, en las que vemos a personas mayores que incluyo con más de ochenta años viven solas, llevan una casa, no se cuentan con ninguna enfermedad reconocida, relatan con todo detalle lo acaecido en su vida, y funcionan diariamente con total normalidad; y precisamente es a ellas a quienes deberíamos mostrar la admiración de la que hablabas. Pero ese es el problema, que sólo son casos sueltos, puesto que la mayoría de las personas mayores padecen algún tipo de enfermedad, ya sea física o mental, que nos recuerdan nuestra mortalidad.

Por mucho que nos esforcemos, no podemos pensar en la vejez como una etapa atractiva, porque no es un episodio más en nuestra vida, sino el último de nuestra existencia. Ello nos demuestra nuevamente que no es el deterioro físico o las enfermedades que acarrean la vejez, sino que lo que lo realmente nos asusta es lo que viene detrás de ella, la muerte. De ahí que, hasta que no cambiemos el concepto que tenemos de nuestra mortalidad, por mucho que decoremos la etapa de la vejez – y no por ello no estoy de acuerdo con tu propuesta – la seguiremos viendo negativamente y por tanto, como un paso previo a nuestro fallecimiento.

Anónimo dijo...

Yo creo que la incineración se ha puesto de moda por lo caro que cobra el Ayuntamiento de Córdoba por los nichos.
De todas formas con el problema del Cambio Climático la muerte va a ser una realidad cada vez más cercana.
Gaia como dice James Lovelock va a acabar con la especie humana para que sobreviva el planeta.

Anónimo dijo...

Cristina S.

La eternidad no tiene futuro al menos para el ser humano como individuo, eso es lo que yo deduzco de la lectura del texto.
La vejez puede evitarse debido a los grandes avances científicos ("el envejecimiento está controlado por los genes") sin embargo, no envejecer o vivir indefinidamente no nos hace inmortales.
Ese es el problema y el fin del texto, somos mortales y estamos expuestos a la suerte de un accidente fatal en cualquier momento debido a nuestra frágil condición humana, ¿de que nos sirve pues no envejecer si vamos a morir de todas maneras?
Únicamente el hecho de no envejecer podría servir para dos cosas que han mencionado anteriormente mis compañeras, la primera para mantenernos jóvenes y bellos hasta que llegase el fin de nuestros días, y la segunda para burlar todas las penurias que tenemos en muchos casos que soportar como paso previo a la muerte debido al deterioro de nuestro cuerpo. En este sentido, me ha parecido fantástica una frase del texto: "El oxígeno que da vida también mata. Vivir envejece".
La inmortalidad del ser humano como especie la garantiza la reproducción sexual y la del individuo algunos dirían que la Historia y otros que Dios porque la ciencia aún no ha dado con la clave.

Anónimo dijo...

CIENCIA E INMORTALIDAD.

Toñi Collado.

La obsesión por la muerte, por la inmortalidad, es un tema que ha hecho verter ríos de tinta a los seres humanos de todos los tiempos.
No hay más que recordar autores como Homero, quien en La Ilíada narra la historia de Aquiles y su vulnerabilidad en el talón (fue introducido en el Río Estigio cuyas aguas lo dotaron con la inmortalidad excepto en el talón, única parte de su cuerpo que no fue mojada). Gran similitud con esta leyenda tiene el cuento de otro autor, este bastante más reciente, El Inmortal, donde el protagonista ansía hallar un río que da la inmortalidad a quien beba de él. La diferencia estriba en que Borges, al final del cuento, deja constancia de que la inmortalidad es una especie de condena. Para él la muerte da sentido a cada acto ante la posibilidad de ser el último, la inmortalidad se lo quita.
Este último punto de vista es el que personalmente comparto. Es cierto que la ciencia ha avanzado mucho y se ha alargado la esperanza de vida actual y así debe ser. Pero también es cierto que, como dice Borges en su cuento, la vida sería menos valiosa de no ser porque después llega la muerte.

Anónimo dijo...

Julia Torreblanca

Sin lugar a dudas este artículo propone un gran debate ya que la inmortalidad es algo muy goloso pero a la vez complejo y por ahora científicamente imposible. Por este motivo lo único que nos queda tal y como dice el autor del texto, un clon el cual se parezca el máximo a nosotros mismos, y sobre todo investigaciones y avances científicos para que nuestra vida dure lo que dure sea lo más placentera posible. Parece como que nos da miedo desaparecer, dejar de existir y que después de morir solo nos recuerden unos pocos, por eso quizás la idea de la inmortalidad siempre ha sido un tema de gran interés, por el simple hecho de que es inalcanzable.

Pero llegados a este punto tal y como dice Wagensberg, en vez de arruinarnos investigando sobre la inmortalidad, ya que a mi humilde opinión hoy por hoy es una utopía, es más lógico invertir en mejorar la vida humana mediante proyectos científicos, vacunas para evitar enfermedades mortales, etc, ya que eso si que es una verdadera realidad.

Anónimo dijo...

La idea de Jorge Wagensberg parece sugerente. ¿Una inmortalidad de la especie humana y no del individuo?, ¿una opción caprichosa de la Naturaleza por perpetuarnos? Es una idea falta de originalidad… Y si no, que se lo pregunten a Darwin

En el mismo barco vamos con el reto de las especies, es decir todos los seres vivos que desde su creación no están faltos de esta ley natural que es la transmisión de la vida, con individuos mejor o peor adaptados, pero todos ante un mismo desenlace final y natural de muerte.

En este sentido ¿qué nos hace ser diferentes? ¿una inmortalidad de la humanidad …?, nada de eso, en lo biológico, los humanos, como cada especie, tenemos nuestras peculiaridades que nos hacen perpetuarnos en el tiempo, (no inmortalizarnos), o ¿Vds, han oído hablar de la inmortalidad de las ranas?.

A eso lo llamó Charles Darwin (S. XIX) la “Evolución de las Especies”

Por tanto yo no llamaría a esto inmortalidad, ni siquiera de la especie humana.

¿Mira que después de tantos años de esfuerzos de la Naturaleza por continuar la especie, preservarla de peligros y hacerla evolucionar, se le ocurre a un imbécil, eso si, “autorizado “, a pulsar el botón rojo y desencadenar una hecatombe nuclear?. Pues ya está…., la humanidad tampoco esta libre de cruzar un semáforo en rojo o tener un accidente fatal.

La inmortalidad es una aspiración humana, probablemente una aspiración de las más antiguas conocidas de nuestra condición limitada y finita frente al desconcertante devenir tras la muerte.

Buscar la inmortalidad en el alargamiento de la vida física y corpórea es seguir buscando la piedra filosofal. Creo que por ahí no van los tiros.

¿Por qué no buscar en aquello que no pasa y es imperecedero? Aquello que se ha transmitido de forma gratuita y desinteresada desde los primeros tiempos, aquello que cada uno de nosotros podemos encontrar en nuestras biografías personales, aunque sean pequeños retazos, aquello que nos distingue del resto de las especies, me estoy refiriendo al Amor.

Anónimo dijo...

El comentario nº 7 del Blog del 15 de octubre de 2008 20:04
lo he escrito y no ha salido el nombre, soy Antonio

Anónimo dijo...

No creo que todo el mundo aspire a la inmortalidad física, yo desde luego no y creo por los comentarios de algunos compañeros que ellos tampoco.
Como se dice en el artículo casi todo está en los genes, y si se ha conseguido ampliar la esperanza de vida de un gusano en un 200%, es sólo cuestión de tiempo que se haga con otras especies hasta llegar al ser humano (pero como digo a mi personalmente no me gustaría vivir 400 años, cuanto menos eternamente). Si además tenemos en cuenta el ritmo reproductivo de paises como China e India no va a hacer falta mucho tiempo para que nos quedemos sin espacio, ni recursos.
Más interesante me parece el investigar en la mejora de la calidad de vida, y que esos máximo 120 años a los que ahora aspiramos se puedan vivir en plenitud, disfrutando cada una de las etapas de la vida.

Olga